Thursday, July 24, 2008

Ceder


El suelo arañado aparece como cáscaras de fruta podrida mientras el latir de mi respiración rasga las hileras de polvo soñoliento. Esta poca luz que se filtra a través de las diminutas ventanas de vidrio es suficiente. Como en cualquier terreno abandonado, la suciedad y la piel se pega en los rincones vagabundos del espacio. Empieza mi actuación. Subo unas tambaleantes escaleras pensando(si así se puede llamar a mi inconsciencia), en cuantos y quienes habrán escalado con dientes apretados estos peldaños de madera, oxidados por el paso inseguro pero amenazante de las termitas y la humedad. Subo y las tablas crujen como cuervos agrios mientras me acerco a la conclusión de el mas largo y trágico poema a vivir. Observo el viejo escenario desde la altura, todavía quedan bombillas intactas. La mitad del piso del escenario esta destruido, parte de lo que quedaba de las luces cayó y creó un monstruo abominable de dientes de madera y metal, que apuntan sin dirección alguna, a las victimas del insomnio.
Hay que ser, o muy valiente, o muy cobarde, para cometer suicidio. El suicidio en su forma mas pura y visceral es un acto de desaparición, donde el suicida busca ser olvidado, o en donde el suicida crear algún tipo de venganza superficial contra el mundo.
Hoy deseo quedar abierto sobre los peldaños de las manos de otros, que desean ser suelo y Leviatán que culmine mi caída y escupa mi sangre, que sientan el crujir de mis mejillas contra el cemento vivo... si tan solo pudiéramos intercambiar este papel.

El terciopelo ennegrecido de las sillas vacías será el único público que tendré hoy. Sillas sobre las cuales se sentaron tantas almas con ilusiones de un final feliz. Donde gritaron tantos aplausos: genéricos, sinceros e hipócritas, aplausos caribeños al fin. Debido al estruendoso olor, ni siquiera las parejitas entran ya al edificio, quedan solo las ratas y las palomas. Arriba, una terrible telaraña de tabla y cuerda de acero me impide moverme sin hacerme daño. Mientras la luz se habitúa a mis ojos entre estelas, observo un visitante inesperado, un ave inmensa que me observa fijamente con ojos afilados. El olor a mierda es terrible, la sangre en mis venas aumenta la velocidad de su correr. La respiración se estira mientras me atento a sus movimientos sonoros y oleados. La criatura se mantiene inmóvil, gigante. Defendiendo el territorio que le queda y al cual he invadido. Defiende la vida que le susurra al oído “no se ha acabado el día”. Se hace claro, “no es el momento”, debo escapar de este lugar tan terrible. Escapar del suicidio. Me susurra una voz al oído, que mentira tan espaciosa, la muerte no es el futuro, es solo una ventana sin vista.
El vacío parece infinito, las obras tantas, la oscuridad plena. Observo las caras en las butacas, debo escapar vivo. Mi pasado aparece como manchas difusas entre mis dedos, las pinturas de otros tiempos se alargan y desaparecen. Me dirijo a las escaleras, me llama el día, el suelo retumba como un tambor viejo y rechinante, el polvo se levanta como una pirámide a la mitad del desierto. El primer escalón, el segundo, el tercero, se comienza a romper el sediento suelo como los huesos de un acróbata acalambrado. No puede ser. Me derrumbo al abismo del cual intento escapar, mi cara se aproxima a sus dientes. Escucho la voz carnívora de un ave, abierta, mientras mis extremidades como garras suaves intentan sostenerse a planetas dentro de este infinito volcán inquebrantable.

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